Comentario diario

La cruz, centro de la vida cristiana

Jesús anuncia de nuevo a los Doce cómo ?va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán?. Sin embargo, sus elegidos parece que no querían ni oír hablar de la cruz. En lugar de plantearse la exigencia de seguir al Maestro, vuelven sobre sus preocupaciones, sus planes personales. Este desentenderse de la cruz sigue siendo actual. Nos lo recordaba el Papa Francisco al inicio de su pontificado: ?el mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará? (Misa con los Cardenales en la Capilla Sixtina el 14-III-2013).

Este deseo del Papa sigue siendo actual. Hemos ?de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor?. Es el mayor regalo para la humanidad. Un Padre de la Iglesia comenta con gran fuerza esto: ?fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados? En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres. Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre” (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13. Cf. Of. Lecturas jueves de la IV semana T. O.)

El tomar la cruz es para todos y, consecuentemente, para cada uno en cualquier circunstancia, a cualquier edad, en cualquier estado de vida y en cualquier grado del proceso de la vida interior. Una vez que se ha desvelado el modo según el cual Jesús llevará a cabo su misión mesiánica a nadie le puede extrañar que sus seguidores hayan de caminar sobre sus pisadas, asumiendo e imitando su modo de vivir y de morir. El modo de vivir cristiano simboliza en una cruz, y se resume en estas pocas palabras: tomar la cruz de cada día.

Pidamos a la Virgen que nos quite el miedo a la Cruz de su Hijo.

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